El Amor que Espera (Cuento)



Entonces, después de tanto tiempo lo vi por el ventanal. Habían pasado años, unos nueve quizá. No sabía que sentiría en el pecho o qué pensaría después de tantos sueños, y a pesar de tanto tiempo mi corazón aún saltaba desesperado al verlo llegar, acelerando los latidos para poderle gritar: "¡amor!"...y, lo veía pasar frente a un pedazo de cristal mientras el tren empezaba a moverse..."¡qué se suba!"...clamé yo al silencio de un anhelo y cruzando los dedos de ambas manos cerré los ojos y recé..."¡que se suba al tren!"...la maquina empezó a avanzar y acelerar en progreso, ignorando las instrucciones del hombre de traje que nos pedía quedarnos sentados me levanté a recorrer los siete vagones en busca del caballero que tenía en mano mi corazón, abrí la primera puerta y mire detalladamente a cada señor, señora, joven y niño que ocupaba un asiento, examine cada rostro y ninguno coincidió, me dirigí a la puerta número dos y de un empujón la abrí, de nuevo examine cada una de las expresiones faciales de los pasajeros que se encontraban allí, aquel resultó ser un vagón ocupado nada más por un grupo de feministas, de nuevo sin coincidencias, seguí hacía las otras puertas y el rotundo fracaso continuaba. Llegué a la séptima puerta, con un suspiro para armarme de coraje, tenía que estar ahí... ¡tenía que! Con delicadeza y seguridad abrí la puerta de un tirón, y busqué en cada asiento el rostro del caballero y de nuevo, fracaso...ninguno coincidió, me abroche el botón medio el chaleco gris que traía puesto reteniendo mis ganas de derramar lágrimas, fui de vuelta a mi asiento llena de valentía e intentando distraer la mente, pensé por un segundo…no estaba ahí, sin embargo el corazón insistía en que sí, sí estaba y muy cerca, sin embargo me parecía que de nuevo me estaba haciendo ilusiones para sentirme mejor, trataba de distraerme pero en la mente me rebotaba: "¡aquí esta, cerca, muy cerca!" Sin aguantar más me puse de pie y me empeñe a probarle a mi propia necedad que no fue nada más que el milagro de volverlo a ver y que todo giraba en torno al ardiente deseo de decirle de frente: "te amo"... al borde de la rendición escuche que un mesero le dijo a su compañero: "al vagón ocho Julio"... “¿el vagón ocho? ¿tal cosa existe en este tren?” Sin pensarlo dos veces me dispuse a seguir sus pasos con precaución, no de muy cerca para no levantar sospechas, ni de muy lejos para perder el rastro...recorrimos por un pasillo que iba en dirección contraria de donde fue mi búsqueda anterior y llegamos a una enorme puerta verde, la más grande del tren, el mesero con la bandeja en las manos uso su espalda para abrirla, y antes de que se cerró corrí ligeramente para detenerla y vi en seguida dentro de la puerta una cortina de terciopelo color azul marino, mi guía ya había pasado por aquel umbral encontrándose del otro lado, y con un nudo en la garganta y sin una gota de coraje abrí la cortina azul y encontré el cuarto del conductor, una cabina mediana llena de increíbles maquinarias modernas y complejas con cualquier cantidad de botones y palancas, no pude evitar perder la compostura y abrir la boca como una niña sin modales. Me encontraba sumida en mi maravilla cuando con dos toquecitos en el hombro llamaron mi atención, me di vuelta y vi el traje que él llevaba puesto y llegué con la mirada a su rostro, cambiado por el paso de nueve años pero con el mismo encanto que me cautivo en el pasado, y el corazón corría cada vez más rápido y mis ojos se quedaron fijos en su rostro...no había nada que decir, el silencio de las miradas se convertían en susurros, no hacía falta soltar palabras porque los corazones hablaban por si solos...y así, después de nueve años me extendió la mano derecha marcada con la cicatriz del accidente, y supe que me estaba invitando a bailar como me prometió hace tanto tiempo, no había música, solo el sonido, del amor que espera.

Lucy A

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