Tan solo conocía
el mundo por lo que un par de letras impresas en papel pudieran susurrarme, y
así se quedaría…Esa noche, a las ocho, mientras el tendero casi rogaba
de rodillas que saliera de allí, se levantó la contadora, tomó su bolso y se
me acercó dándome un leve toque en el hombro izquierdo, se inclinó a mi oído con
prisa y me pidió muy tierna y amablemente que me quede, sentí oír a mi madre en
su dulce voz que me arrullo por un instante, quería enseñarme el resto del
lugar, los pasillos por los que nunca iba, quedé en silencio por un momento
como si fuera hacía una aventura que determinaría si viviría o moriría y no le respondí
con palabras, tan solo asentí la cabeza y confié en su arrugada mano para que
me llevase a lo desconocido, empezamos con el estante detrás de los clásicos,
donde se encontraban varios autores desconocidos a mi memoria o conocimiento y
obras aún más incógnitas, la contadora tomo un libro medio delgado y sonrió
mientras lo frotaba suavemente de arriba abajo y lo ojeaba acercando las viejas
hojas a su nariz y se quedaba con el rostro enterrado en el libro como si
hubiera ido a otra parte o muerto por un precioso instante, luego lo volvió a
poner en su lugar tal y como lo encontró, hacía eso con cada libro que tomaba
en las manos incluso besaba algunos
ejemplares como si fueran el amor de su vida. Invadió el silencio por bastante
tiempo, casi toda la duración de mi visita, yo nada más veía los libros sin
atreverme a tocar uno solo o molestar a la contadora. Cuando volví en mi misma
me percaté de que estábamos muy adentro de la librería habíamos pasado los
cuatro estantes, pero en mi distracción de ver a la señora y a los libros me
perdí dejando que mis pies guíen solos el camino. Estaba caminando detrás de la
contadora hasta que se detuvo un instante, note que la piel se le puso pálida,
las rodillas y las manos le empezaron a temblar y una gota de sudor le cayó por
la frente, quedó inmóvil frente a un estante, de pronto oí como tragaba el nudo
en la garganta que se le había hecho, respiró profundo extendió la mano derecha
hacía un libro, lo tomó tan lentamente como si no quisiera nunca llegar a él,
quedo viendo la portada roja sin abrirlo para escudriñar sus hojas, lo acaricio
un buen rato, se perdió tanto en el objeto que olvido por completo mi presencia
o el resto de la librería y en medio del inmortal silencio vi caer por su
mejilla una lagrima, en mi curiosidad me incline levemente por detrás de su
hombro evitando a toda costa que notará que yo estaba allí y vi en el rojo
cobertor del libro unas letras doradas, Sr. Castilla, era un libro de la autoría
del gran dueño de toda la colección, no tenía un título ni un número que me
ayudará a encontrar de que se trataba aquel ejemplar rojo....
Continuará...
Lucy A
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