La Contadora y los Libros (Parte II)



Tan solo conocía el mundo por lo que un par de letras impresas en papel pudieran susurrarme, y así se quedaría…Esa noche, a las ocho, mientras el tendero casi rogaba de rodillas que saliera de allí, se levantó la contadora, tomó su bolso y se me acercó dándome un leve toque en el hombro izquierdo, se inclinó a mi oído con prisa y me pidió muy tierna y amablemente que me quede, sentí oír a mi madre en su dulce voz que me arrullo por un instante, quería enseñarme el resto del lugar, los pasillos por los que nunca iba, quedé en silencio por un momento como si fuera hacía una aventura que determinaría si viviría o moriría y no le respondí con palabras, tan solo asentí la cabeza y confié en su arrugada mano para que me llevase a lo desconocido, empezamos con el estante detrás de los clásicos, donde se encontraban varios autores desconocidos a mi memoria o conocimiento y obras aún más incógnitas, la contadora tomo un libro medio delgado y sonrió mientras lo frotaba suavemente de arriba abajo y lo ojeaba acercando las viejas hojas a su nariz y se quedaba con el rostro enterrado en el libro como si hubiera ido a otra parte o muerto por un precioso instante, luego lo volvió a poner en su lugar tal y como lo encontró, hacía eso con cada libro que tomaba en las manos incluso besaba  algunos ejemplares como si fueran el amor de su vida. Invadió el silencio por bastante tiempo, casi toda la duración de mi visita, yo nada más veía los libros sin atreverme a tocar uno solo o molestar a la contadora. Cuando volví en mi misma me percaté de que estábamos muy adentro de la librería habíamos pasado los cuatro estantes, pero en mi distracción de ver a la señora y a los libros me perdí dejando que mis pies guíen solos el camino. Estaba caminando detrás de la contadora hasta que se detuvo un instante, note que la piel se le puso pálida, las rodillas y las manos le empezaron a temblar y una gota de sudor le cayó por la frente, quedó inmóvil frente a un estante, de pronto oí como tragaba el nudo en la garganta que se le había hecho, respiró profundo extendió la mano derecha hacía un libro, lo tomó tan lentamente como si no quisiera nunca llegar a él, quedo viendo la portada roja sin abrirlo para escudriñar sus hojas, lo acaricio un buen rato, se perdió tanto en el objeto que olvido por completo mi presencia o el resto de la librería y en medio del inmortal silencio vi caer por su mejilla una lagrima, en mi curiosidad me incline levemente por detrás de su hombro evitando a toda costa que notará que yo estaba allí y vi en el rojo cobertor del libro unas letras doradas, Sr. Castilla, era un libro de la autoría del gran dueño de toda la colección, no tenía un título ni un número que me ayudará a encontrar de que se trataba aquel ejemplar rojo....

Continuará...

Lucy A

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