La contadora nada
más siguió acariciando el libro y derramando lágrimas sobre él, con la
incomodidad de no estorbar me retiré del estante hacia la puerta, sin decir
nada para no interrumpir a la pobre señora que lloraba por un muerto del que
todos hablaban malicias y desdén. Estaba a la altura del estante de Verne
cuando escuché en el fondo a la señora llamándome : "Niña regresa, aún no
hemos terminado" me quedé helada, al parecer ya había terminado de sufrir
su luto y había vuelto en sí, regresé a paso rápido y le dije que fui de vuelta
por un ejemplar que había cautivado mi interés, ella entendió y como si hubiera
olvidado que estuvo llorando con la vista pegada a un libro rojo, me tomo del
brazo y me llevo por el resto de los pasillos para continuar el recorrido, estábamos
por el estante de los filósofos, la contadora tomó un libro de Friedrich
Nietzsche y extendió ambos brazos haciéndome gesto de que lo sostuviera, me
asusté en sobremanera, sostener un libro tan magistral era un pecado a mi
parecer así que me eché con dos pasos para atrás y le dije que yo no tomaba
libros porque les temía, ella levanto una ceja y me sonrió como si me tuviera
pena. "Mi pobre niña, eres como él, por eso te traje" con algo de
vergüenza y los cachetes teñidos de rosa por el inesperado suceso le pregunté a
quién me parecía. Ella me miro de pies a cabeza parecía decepcionada y sin
responder a mi pregunta fue de regreso por el libro rojo y me lo puso en
frente, tan cerca que casi rosaba la punta de mi respingada nariz. Castilla. Me quedé atónita en ese
momento, no sabía que decir o cómo reaccionar, si debía actuar como muerta o
como viva, invadió nuestro invitado y anfitrión una vez más, el silencio. Se me
hizo un nudo en la garganta que parecía quemarme el esófago, aunque me causara escalofríos
por lo helado de su sabor, el libro seguía en mi cara y el sudor recorría todo
mi cuerpo hasta que finalmente la vieja contadora cedió y lo retiro de en frente
mío..."ay niña, la única manera de que pierdas el miedo a los libros, es
haciendo uno...quédate aquí parada, en seguida vuelvo". Sentí alivio cuando
dejo el estante y les devolví el aire a mis pulmones que casi expiraron por mi
cobardía...Estaba parada en medio de la noche dentro de una librería enorme de
un difunto corrupto que al parecer era escritor, me empezó a invadir el frio y
trate de detenerlo frotándome los hombros y el cuello, soplándome las manos o
distrayendo la mente en los diez mil libros que habían a mi alrededor, el
tiempo pasaba muy lento, parecía que estaba atrapada en la eternidad y la
soledad invadió el corredor con piso de madera y techo de concreto. Estaba yo,
conmigo y un par de hojas, en medio de tanta soledad me invadió un sentimiento,
un pensamiento... que nunca saldría por las puertas de cristal…
Continuará...
Lucy A
0 Comentarios